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El artista asocial vs. El Papa guerrero

Autor: Guillermo Beguerisse Hormaechea


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Hay amistades que sacan lo mejor de uno gracias a su buena relación. Pero, tal vez, para hacer una de las obras de arte más grandiosas del mundo lo que se necesitan son peleas.


Techo de la Capilla Sixtina – Miguel Ángel


Miguel Ángel Buonarroti y el papa Julio II tuvieron una relación particular. Se respetaban y querían, pero cada uno, con una personalidad irritable por derecho propio, llevaba al otro a los límites de su paciencia. Miguel Ángel era susceptible, rápido para enojarse y hábil para sacar de quicio a los demás. Por su parte, el Papa era exigente, entrometido y, también, propenso a enojarse con facilidad.


Julio II, conocido como el Papa Guerrero, fue elegido para la sede papal en 1503. Durante 10 años se dedicó a expulsar a los extranjeros, redefinir fronteras, unificar a los estados papales y crear una nueva Roma con la estética del Alto Renacimiento. El Papa conocía de oídas sobre el genio que había develado la escultura del David en la Piazza della Signoria, en Florencia. Mandó llamarlo para varios proyectos que tenía en mente y así —como cualquier mandatario de la época que se respetase— convertir su ciudad en el máximo exponente del Renacimiento. La primera de las encomiendas: su propia tumba.


Aunque inicialmente no tuvieron una buena relación, pronto entendieron que el conflicto sería parte de su amistad. A Miguel Ángel no le gustaba que lo observaran mientras trabajaba, así que decidió cerrar su estudio. Al Papa esto no le agradó, pues quería revisar constantemente el avance del proyecto; una tumba de poder y grandeza incomparable. El proyecto se convirtió en una pesadilla. Miguel Ángel hizo varios diseños para la estructura, que mediría tres pisos de altura e incluiría más de cuarenta esculturas. Durante un año encontró y movió el mármol de Carrara óptimo para el proyecto. Todo estaba listo para finalmente empezar cuando el Papa le pidió dejar de trabajar en la tumba, probablemente por falta de fondos para hacerla.


Enfurecido, Miguel Ángel regresó a Florencia. Trabajó ahí una temporada, resentido por el desprecio y descortesía con que fue tratado. Aun así, el respeto religioso lo hizo responder a un nuevo llamado papal. Su nueva misión: el techo de la Capilla Sixtina. A pesar de que Miguel Ángel le advirtió varias veces a Julio II que no era pintor sino escultor, cuanto más rechazaba la oferta más insistía el Papa. Terminó aceptando el trabajo en 1508. Por supuesto, las peleas no esperaron. El plan inicial de Julio II, una pintura de los doce apóstoles, dio paso a peleas sobre diseño, contenido y escala del proyecto. Cuando finalmente Miguel Ángel ganó las discusiones amplió el proyecto a más de 300 figuras, incluyendo profetas y sibilas, medallones, escenas del Antiguo Testamento y dieciséis lunetas de la ascendencia de Cristo. Con la ayuda del teólogo Marco Vigerio —cardenal de confianza del Papa, no fuera a cometer alguna imprudencia Miguel Ángel — comenzó a trabajar en el techo.



De inmediato se lamentó haber aceptado. No sólo el andamiaje construido era defectuoso, sino que a los ayudantes florentinos que le asignaron terminó por considerarlos tan incompetentes que los despidió y optó por hacer el trabajo solo. Cerró la puerta a la capilla, tras otra pelea con el Papa, y prohibió ser molestado. Sin ayuda o interrupciones pintaría los 560 metros cuadrados. Claro que Julio II no cedería con tanta facilidad. Insistía continuamente en que lo dejara entrar y ver el proceso. Incluso forzó la entrada y trepó los andamios con un bastón para preguntarle a Miguel Ángel cuánto tiempo más se tardaría. El artista, tan testarudo como siempre respondió «cuando me satisfaga como artista».


Después de casi cuatro años de trabajo, se retiraron los andamios. Miguel Ángel aún no estaba satisfecho y si por él hubiera sido, habría seguido pintando; pero el Papa no iba a esperar más. Cuando entró para ver el techo terminado, quedó asombrado. Sobre él se alzaban más de 300 figuras tres o cuatro veces más grandes que su tamaño natural. El 31 de octubre de 1512, el Papa celebró la primera misa bajo el techo de Miguel Ángel. El trabajo sirvió de inspiración para retomar el proyecto de la tumba papal. Finalmente, terminó en 1545, aunque a menor escala de lo planeado, con el Moisés como pieza central.


Posiblemente una de las obras de arte más famosas de la historia de la humanidad, los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina del Vaticano son fruto de la destreza artística, así como de la insistencia. Tras peleas y ataques de ego, hoy podemos ver el resultado de un conflicto entre dos de los hombres más influyentes de su tiempo. ¿Cómo crees que habría sido el resultado si alguno de los dos hubiera sido menos terco? ¿Conoces más historias sobre cómo el arte fue fruto de la presión y el conflicto? Si quieres desarrollar tu apreciación estética y aprender a ver esta y otras pinturas con los ojos de un experto, te recomiendo el primer curso online de «Compass. Guiándote por la Historia»: ¿Cómo ver una pintura? Estoy seguro que te encantará.



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