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La sal que movió al mundo

Autor: Fermín Beguerisse Hormaechea



Durante siglos, un pequeño mineral logró construir imperios, impulsar el comercio y sostener algunas de las economías más pujantes de todos los tiempos. Hoy en día puede parecer sumamente común e inofensivo, pero en el pasado fue tan valioso que desató una sed insaciable por poseerlo. Vinculada al ser humano desde hace milenios, la sal resultaba la forma más efectiva de preservar nuestros alimentos, por lo que dominarla significaba, indirectamente, tener control sobre la vida misma.



Los primeros registros escritos sobre la cosecha de sal datan del segundo milenio antes de Cristo, durante la época del emperador chino Huanghi (黃帝). Los antiguos chinos esperaban que el sol de verano evaporara el agua de los lagos salados, o bien, evaporaban ellos mismos el agua de mar para después recolectar los pequeños cristales de sal que permanecían en el sedimento. Al poco tiempo, esta actividad derivó en las primeras formas de impuesto, consiguiendo desencadenar un efecto multiplicador donde cada grano de sal vendido y gravado, significó una posibilidad para financiar las ambiciones del poder.



El valor inmediato de la sal, recaía en la capacidad que otorgaba al ser humano para desafiar al tiempo y al inevitable proceso de descomposición. Además de preservar algunas de sus momias con arenas salinas, los antiguos egipcios fueron otra civilización que consiguió extraer el valor económico ocultó bajo las bondades de la sal. Con grandes depósitos de sal en el Uadi Natrun (وادي النطرون) o Valle del Natrón, los mercaderes egipcios fueron capaces de salar alimentos crudos para su exportación, lo que, a su vez, les permitió prolongar la vida de sus productos, llevarlos más lejos y extender sus rutas comerciales.




A miles de kilometros de China y en la costa contraria a Egipto, el gobierno romano, a diferencia de los antiguos emperadores chinos, no ejerció un monopolio sobre el comercio de la sal; sin embargo, esto no redujo su importancia, prueba de ello son la gran cantidad de ciudades romanas construidas junto a una salina —estanque de sal — y las rutas desarrolladas a partir del comercio salinero. De entre los distintos caminos que unían a la península itálica, resaltaba la Vía Salaria, una antigua calzada que comunicaba a Roma con Castrum Truentinum, una ciudad ubicada frente al mar Adriático y que al ser acariciada por aguas poco profundas la volvieron un lugar ideal para cosechar sal. Su proximidad a la capital romana agilizó la integración de éste pequeño ingrediente gastronómico, no solo a la dieta de la antigua Roma, sino también a su vida económica. Para los romanos era costumbre poner sal a sus platillos, como el caso de la “herba salata” o ensalada, el salami y otros alimentos que genéricamente llamaron salsamentum por poseer ciertas cantidades de sal. A su vez, la sal también sirvió como forma de pago para legionarios y soldados, lo que sostuvo la expansión y defensa de Roma durante siglos; hoy esta particular forma de pago ha pasado a conocerse como el “sal-ario” que un empleado adquiere por servir en la expansión y defensa de los emporios modernos para los que trabaja.


Paquio Próculo y su esposa.

En Roma, la sal también ejercía una importante labor en ceremonias

como el matrimonio o la protección del hogar.


Tras la caída del Imperio romano, las costas del Mediterráneo quedaron repletas de salinas con abundante sal, una oportunidad que fue explotada por los comerciantes de dos de las ciudades más importantes del momento: Venecia y Génova. Esta actividad económica hizo que la República veneciana destacara como la ciudad-estado más bollante del Mediterráneo, hasta que por un breve momento, en el siglo XIV, su hegemonía comercial se vio rivalizada por la República portuaria de Génova. La rivalidad de ambos puertos, entre otros motivos incitada por el mercado de la sal en Europa, trajo como consecuencia la guerra de Chioggia (1376-1381), un enfrentamiento donde el dominio del Mare Nostrum se puso en juego. Tras meses de fuego, agua ensangretada y avances alternativos, los genoveses llegaron muy debilitados a la firma de la paz en Turín, lo que le regaló a Venecia cerca de doscientos años de dominio salinero y expansión comercial.


Procesión en la plaza de San Marcos en Venecia de Gentile Bellini (1496)


Más adelante, al dejar atrás a la Edad Media, las cosas cambiaron. América expandió la visión del mundo y los británicos lucharon por los mercados de sal en norteamérica. El Imperio británico dependía tanto de la sal, para la conservación del pescado y la fabricación de pieles, que se volvió una razón de expansión y exploración en sí misma. Con el tiempo, la cosecha y comercialización de sal en las Trece Colonias se volvió un negocio bastante lucrativo, lo que significó un problema durante la guerra de independencia estadounidense. Al iniciar las contiendas entre los colonos y la corona británica, el bloqueo de sal hizo que fuera uno de los primeros materiales vigilados en las fronteras, hasta que la batalla de Bunker Hill hizo que se cortara definitivamente el intercambio salinero.



Ahora bien, al independizarse los Estados Unidos en 1783, el Imperio Británico perdió varias de sus fuentes salineras en América, lo que acentuó la relevancia de la India y la Compañía Británica de las Indias Orientales (CBIO). Durante el Raj británico o régimen colonial en la India, varias leyes fiscales estuvieron en boga, entre ellas el impuesto a la sal. En 1878, se adoptó una política fiscal uniforme sobre la sal en toda la India, tanto en la India británica como en los estados de los principes indios, y el hecho se volvió tan lucrativo para los británicos que en 1882 se aprobó la “India Salt Act”, una ley que prohibió a la población india recolectar y vender sal, forzándola a comprar directamente del gobierno colonial y a pagar el impuesto respectivo. Un monopolio al estilo del emperador Huanghi fue forjado milenios después.


Mapa del Raj británico


Los impuestos a la sal pronto inundaron las arcas británicas, y el valor acumulado al final del año siempre era tal, que el gobierno colonial no titubeó en construir el Gran Ceto de la India. Una murralla natural de 4030 kilómetros, podada por cientos de jardineros y resguardada por más de 12,000 soldados con la sencilla finalidad de impedir el tráfico de sal sin impuestos proveniente de la zona oriental controlada por los principes indios. Sin embargo, lo que empezó como una herramienta de enriquecimiento pronto se volvió un símbolo independentista.



De marzo a abril de 1930, el abogado y nacionalista indio Mahatma Gandhi lideró una marcha multitudinaria de 385 kilómetros de Sabarmati Ashram a Dandi. A lo largo del camino, miles de personas se sumaron a uno de los actos de desovediencia civil más grandes de la historia y pudieron contemplar cómo, a las 8:30 am del 6 de abril de 1930, Gandhi desafió al monopolio británico tomando con su mano un puñado de sal directamente de una salinera. Después de invitar a sus seguidores a cosechar sal por evaporación en Dandi, Gandhi continuó hacia el sur a lo largo de la costa, continuó haciendo sal y congregando a varios más por el camino. La lucha pacífica por la independencia de India adquiría forma y lo hacía desde el poder de una pizca de sal.




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