¿Por qué vemos tanta violencia?
- Compass.
- hace 2 días
- 8 Min. de lectura
Autor: Guillermo Beguerisse Hormaechea
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El día de hoy me gustaría ofrecerle, querido lector, un acercamiento a una tendencia mediática que se ha dado en los últimos años y que apunta a un desarrollo histórico que vale la pena detenerse a reflexionar.

Escena de «Mickey 17», dirigida por Bong Joon-ho (2025)
La violencia en el cine siempre ha estado presente, pero en los últimos años algo ha cambiado. No sólo géneros como el terror y el suspenso se han reconfigurado para exponer o cuestionar comportamientos sociales, sino que últimamente han tomado un camino distinto: el cuerpo humano, sus límites, cómo se abusa de él y cómo se entrelaza con la autoconciencia.
La existencia de obras de arte violentas y su repercusiones sociales han encendido la atención de filósofos desde hace milenios. En su «Poética», Aristóteles afirmó que la violencia en el teatro griego era catártica pues permitía al público volver a su existencia pacífica tras haber saciado su sed de violencia —entiéndase venganza, justicia o escarmiento—. Los mitos griegos son un gran ejemplo de cómo la violencia era parte del funcionamiento del mundo antiguo y cómo eran conscientes de que los actos tienen consecuencias: Odiseo cegando a Polifemo, por ejemplo, o Prometeo condenado a que un águila devorara su hígado eternamente.

«Ulises cegando a Polifemo», Pellegrino Tibaldi
Si bien la teoría de la catarsis tiene sentido, se queda corta al momento de analizar obras contemporáneas, como el cine. Investigaciones más recientes sugieren que hay tres razones por las cuáles las personas ven violencia. Un grupo busca sensaciones nuevas e intensas, y son propensos a experimentar picos de adrenalina al exponerse al contenido violento. Otro siente que aprende algo de ver violencia, a pesar de que les disgustan las sensaciones que les provoca. Y por último están los que disfrutan de las sensaciones y aprenden algo. El concepto clave en dos de estos tres grupos es el aprendizaje, y es sobre ese beneficio que muchas historias han encontrado una veta rica para explorar. En lugar de representar violencia en los contextos en los que usualmente se encuentra —guerra, cárceles, crímenes, escuelas— se empieza a usar como metáfora de algún malestar social. Por ejemplo, en la película «El Menú» (2022) del director Mark Mylod, la violencia que sucede durante una cena gourmet sirve para criticar cómo la sociedad posmoderna, tardocapitalista e hiperinformada con acceso infinito a todo tipo de contenido se ha vuelto insensible y exigente hacia la producción artística sin darse el tiempo para apreciar la creación que se les entrega. La violencia se convierte así en una crítica hacia conducirse como crítico experto sencillamente porque existe un espacio en el que uno puede dar su opinión se la pidan o no —es decir, trasladar el comportamiento en redes sociales a la vida fuera de ellas—, y a creer que ser quien paga da el título de conocedor y la licencia para criticar el trabajo ajeno.
Así, la violencia ha servido para representar el peligro de perpetuar traumas y no buscar ayuda psicológica —«Smile» (2022)—, para advertir sobre el riesgo de la imprudencia sexual y las ETS —«It follows» (2014)—, o incluso para advertir sobre el riesgo de la corrección política pusilánime —«Gæsterne» (2022)—. Sin embargo, durante los últimos dos años la violencia de un tipo específico se ha acrecentado en el cine: el abuso del cuerpo humano. Películas como «Poor Things» (2023), la infame «The Substance» (2024), la serie «Severance» (2022 a la fecha), o la reciente «Mickey 17» (2025), todas de distintos géneros, escarban en el tema del cuerpo humano como un mero recipiente de la consciencia y del cual se puede abusar sin miramientos con tal de alcanzar un objetivo —comúnmente económico o de placer inmediato— impuesto por un tercero poderoso. En varias de estas historias la resistencia del cuerpo humano se lleva al límite con el apoyo de tecnología con una tendencia que se acerca peligrosamente a los objetivos del transhumanismo. En otras, el cuerpo humano es sólo una herramienta productiva en un mundo indiferente y cínico, reducible a una interfaz de la cual sería ideal poder prescindir. ¿Qué estamos viviendo en estos años como para que distintos artistas aborden con su estilo y desde su punto de vista el mismo tema: el abuso corporal?
Si bien el capitalismo no destaca por ser muy humanista, lo cierto es que los cambios jurídicos que se dieron en Occidente a partir del siglo XVIII, que comprendían a una persona como un ser libre de intercambiar bienes y servicios, convirtieron esta naturaleza en un derecho irrenunciable por elección o coacción. Este ajuste social creó una distinción trascendental entre personas y propiedad que no existía en las sociedades esclavistas o feudales. Todo hasta aquí suena muy bien, y vaya que ha tenido un efecto positivo en la sociedad contemporánea; sin embargo, en el sistema capitalista existen las relaciones asimétricas de poder que pueden transformar esa libertad personal en un espacio de explotación al reducir el trabajo humano a insumos sujetos a la oferta y la demanda. El «mercado laboral», le llaman. ¿Qué sucede cuando a esta situación, que aún no arreglamos como humanidad, se le añaden las ideas transhumanistas?
Durante al menos los últimos 150 años, la explotación laboral se ha mitigado con leyes que delimitan el espacio de trabajo en la vida. Si bien, uno puede vender su trabajo a cambio de un sueldo, el comprador no obtiene el control incondicional sobre la vida de uno. Mas, a medida que la tecnología —pensemos en computadoras y los celulares, por lo menos— media en los aspectos laborales y no laborales de la vida, la distancia entre ambos espacios se elimina y sus límites se desdibujan. Los supuestos del transhumanismo no suceden en el vacío, sino en este contexto, de capitalismo exacerbado por la tecnología, por lo que están atados a intereses sociales, políticos y económicos. En su centro, el transhumanismo reduce a la persona exclusivamente a su racionalidad, puesto que todo lo demás puede «modificarse» con el uso de la tecnología para adaptarse mejor al entorno. Esta manera de pensar está incapacitada para aceptar la dignidad intrínseca de todo ser humano y lo reduce a una conciencia atada a materia que puede aumentarse, restarse, dividirse, multiplicarse, modificarse, o eliminarse a gusto y según las necesidades de dicha conciencia. De esta manera, la voluntad sólo está limitada por las capacidades de la tecnología —siempre en constante expansión—.
Todo arte es producto de su época y refleja, quiera o no, su espíritu; incluso si la esconde en fantasía. Si, por ejemplo, tenemos programas de televisión que muestran personas que aceptan ser sujetas a tortura o muerte para entretener a un grupo poderoso a cambio de la posibilidad de ganar dinero («Squid Game», 2021), o películas que muestran técnicas de modificación corporal a cambio de fama y riqueza («The Substance», 2024), no es extraño notar que en las noticias vemos historias similares, si no en forma, sí en fondo. Los artistas no tienen la responsabilidad de reflejar la vida en su totalidad y sin distorsión alguna, pero sí suelen ser voceros del destino moral al que se encamina la sociedad con las decisiones que se toman en el presente. Toda esa violencia habla más de lo que parece y, entre tanta sangre, se ocultan las preguntas que nos da miedo preguntarnos. ¿Hasta qué punto las promesas del transhumanismo podrán ser utilizadas por los poderosos para aumentar la desigualdad social, la económica y terminar de llevarla al entorno físico? Entiéndase no sólo más altos y guapos, si no inmunes. ¿Cuál sería el límite de un miembro del «mercado laboral» con tal de conseguir un empleo? No suena descabellado que ciertos accionistas desarrollen el interés por producir empleados que no necesiten dormir, descansar, comer y que por ende sean plenamente productivos. Las preguntas se forman una tras otra detrás de las puertas que esta nueva tendencia está abriendo: relación de poder, ventajas competitivas, explotación humana, deformaciones funcionales, abuso, desigualdad, desinterés, y muchas otras palabras que comenzarían a describir la realidad si no la pensamos con cuidado.
Al ver la tendencia mediática de mostrar violencia, un primer nivel de interpretación siempre apunta sobre la posibilidad de que ese contenido fomente un comportamiento similar en la realidad. Aunque, si bien, hay casos esporádicos que confirman esa hipótesis. La intención de este artículo es otra, es que abramos la mirada al tipo de arte que empieza a rodearnos y que nos preguntemos por qué está apareciendo con mayor frecuencia, qué dice de nosotros como sociedad y qué cambios debemos hacer si queremos que ese tipo de arte cambie. La censura nunca es la solución, la aprensión tampoco. Hay que hablar al respecto para entender qué debemos cambiar si lo que vemos en pantalla no nos gusta. A veces, las acciones deben tener mayor calado que simplemente dejar de consumir ese contenido, como denunciar las conductas sociales que sirven de tierra fértil para que se cree.
Nuestras películas, series y canciones no son las causantes de esta era cínica y egoísta. Sólo reflejan parte de ella. Si queremos modificarla, el cambio no debe salir de quienes las hacen, sino de nosotros mismos. En este caso en particular, recordar y fomentar la idea de que la fragilidad del cuerpo humano, es decir su estado limitado en el tiempo y el espacio, es la razón de su grandeza. Es gracias a que todos tenemos una fecha límite, que nuestras acciones son valiosas, pues son finitas, decididas y motivadas por razones poderosas como la entrega amigable o el amor. Es por esa fecha límite en un cuerpo limitado que podemos apreciar el mundo como un lugar digno de admiración y asombro, ya que no lo tenemos garantizado por la eternidad. Para entender así la realidad uno debe alejarse del discurso materialista y reduccionista que permea a nuestro alrededor. Debe tomar una visión antropológica que respete la interioridad humana sobre la tecnología. Sólo así podremos recuperar la apreciación de la grandeza humana alejada de la reducción objetivista.
Si usted, apreciado lector, llegó hasta aquí, le agradezco su paciencia. Supongo que comparte, al igual que Compass., la habilidad de sorprenderse por las maravillas culturales que el mundo tiene a nuestra disposición. Gracias por ver el tesoro que la humanidad ha ido construyendo. Sabiendo que usted es así, nos gustaría recordarle que en este Centro Cultural tenemos un servicio de Cursos para viajeros en el que logramos que los buenos viajeros lleguen a sus destinos mucho más informados y listos para apreciar todos los colores de la cultura a la que se adentrarán. Si tiene un viaje en puerta dé clic aquí y descubra cómo podemos ayudarlo.
Que la falta de curiosidad no decolore su mundo, querido lector.

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Fuentes:
Larson, Erik J. 2024. Why Are Movies So Violent Today? 15 de enero. Último acceso: 03 de abril de 2025. https://erikjlarson.substack.com/p/why-are-movies-so-violent-today.
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