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Vino Criollo: Mestizaje de talentos

Autora: Edith Gallardo


Para 1519, año en el que Cortés pisó el continente americano, ya existía la vid en el territorio mexicano. Sin embargo, no se cultivaba, sino que se trataba de una especie silvestre. Es con este conquistador que se comienza el cultivo de uva, con variedades autóctonas y españolas a gran escala. Incluso decretó que todos los españoles debían plantar mil viñas al año por cada indígena a su servicio. Con esto, es México el primer lugar en América donde se produjeron vinos para consumo.


Si bien los indígenas ya combinaban el jugo de uva con otras frutas y miel, no producían vino como tal. Fray Bernardino de Sahagún documentó que al vino le llamaban tlapaloctli, que en náhuatl significa “bebida embriagante que pinta”. Con la Conquista y Evangelización, los indígenas se vieron involucrados en la siembra de vides y en la producción de vino, actividad que fue aumentando y extendiéndose por todo el territorio novohispano. Tan buena era la producción de vino, que comenzó a exportarse a España peninsular, donde tuvo grandes índices de consumo.


Tal fue el éxito del vino mexicano que comenzó a sustituir al vino peninsular, lo que disgustó a los productores peninsulares. Por esto, en 1595, el rey Felipe II se vio obligado a prohibir la siembra de nuevos viñedos, y la destrucción de los existentes en la Nueva España. Con esto se consiguió reducir la producción, pero no la fama ni el consumo del vino mexicano.


A pesar de la prohibición de 1595, en 1597 se fundó Hacienda San Lorenzo, hoy Casa Madero, con una Merced autorizada por el mismo rey Felipe II para producir vinos y licores. Este viñedo se encontraba cerca de la Misión de Santa María, un asentamiento jesuita. Esto es importante porque sólo se permitía la producción de vino para consumo de la Iglesia, lo que explica ese permiso especial para la fundación de esta hacienda.


De este breve relato se pueden extraer algunas moralejas: 1) cosechamos lo que sembramos; si se siembra en buena tierra, si se trabaja bien y se cuida la planta, cosechamos un buen fruto que puede transformarse en un gran producto. 2) Al sumar esfuerzos —en este caso, el conocimiento agrícola indígena y la técnica española para hacer vinos— se obtienen mejores resultados. 3) Para ser el mejor en algo no basta con deshacerse de la competencia, hay que mejorar genuinamente. 4) En México tenemos muchas cosas que celebrar y reconocer, entre ellas nuestra, un tanto olvidada, tradición vinícola.


¿Y tú? ¿reconoces otros frutos generados a partir de la suma de talentos y tradiciones?


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Viñedo: Casa Madero, Coahuila

 
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